37 Las habichuelas mágicas
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Había una vez una pobre viuda que vivía en una pequeña cabaña, sola con su hijo. Tenían como único bien una vaca lechera. Era la mejor vaca de toda la comarca, daba siempre buena leche fresca para ella y el muchacho. Pero ocurrió que la viuda enfermó y no pudo trabajar en su huerta, ni cuidar su casa por mucho tiempo. Entonces, ella y Jack (pues así se llamaba el joven hijo) empezaron a pasar hambre y decidieron vender la vaca para sobrevivir. Un día en que había feria en el pueblo, Jack se ofreció a llevar la vaca al mercado. La viuda esperaba vivir varios meses con los víveres y las semillas que les darían a cambio del animal y dejó ir a su hijo. Jack salió temprano, pues la feria se encontraba lejos. En medio del camino, se encontró con un hombre extraño que quiso saber por qué iba el joven con una vaca atada tan apurado. —Voy a venderla al mercado, para que podamos sobrevivir mi madre y yo —le respondió Jack confiado en la mirada y el aspecto amigable del anciano. —Entonces, tengo una maravillosa propuesta para hacerte —le dijo el anciano mientras le acercaba el puño de la mano—. Te cambio estas semillas de habichuelas por la vaca, son habichuelas mágicas, crecerán de la noche a la mañana y darán la planta de habichuelas más grande que hayas visto, con ella no pasarás más hambre ni te faltará nada. Jack se entusiasmó con la idea de la planta maravillosa y le aceptó el cambio. Cerca del atardecer, Jack regresó a su casa. Su madre se sorprendió de que hubiera vuelto tan pronto, pero como no vio la vaca creyó que había podido venderla. Cuando Jack le contó que la había cambiado por las habichuelas se enojó mucho con el muchacho: —¡Ve a acostarte sin comer! —le gritó mientras tiraba las semillas de habichuela por la ventana. Jack se fue muy triste a dormir. Durante esa noche soñó que las semillas del jardín crecían y sacudían su casa. El tallo de la planta de habichuelas crecía y crecía tan grande que golpeaba su ventana… Cuando el muchacho se despertó descubrió que el sueño era realidad, desde su ventana vio una enorme planta que subía hasta el cielo y se perdía entre las nubes. Antes de que su madre pudiera llamarlo, se escapó por la ventana y se trepó en la enorme planta. Subió y subió, y subió y subió, hasta pasar las nubes. Allí descubrió que la planta terminaba en un extraño país. Cerca, sobre una colina blanca, se levantaba un enorme castillo. Jack se acercó al castillo. En la puerta estaba parada una enorme mujer que lo miraba sorprendida. Cuando estuvo casi debajo de ella, Jack le preguntó quién vivía en el castillo. La mujer le dijo que era la casa de su esposo, un malvado ogro. Jack tenía mucha, mucha hambre y, de manera muy amable, le preguntó si podía comer algo antes de volver a bajar por la gigantesca planta. La mujer se enterneció por las palabras del joven y lo dejó pasar, le dio de tomar leche de cabra y un pedazo de pan. Cuando Jack estaba disfrutando de la comida sintieron un fuerte temblor en el desayuno. La mujer le advirtió que llegaba su marido y lo escondió en el horno para que no lo viera. ¡Pum, pum, pum! —Mejor es que te marches, muchacho, a mi esposo le gusta comer niños. Jack se quedó helado de miedo y no pudo comer más. —¡Viene muy hambriento. Si te encuentra, te desayunará! —le dijo de la manera más tierna posible para una gigante como ella. Cuando llegó el ogro, le pidió a su mujer la comida del día y se sentó a devorarla. Pero antes de probar bocado se detuvo y comenzó a oler el aire y a resoplar: —Fa… Fe… Fi… Fo… Fuuu, huelo a carne de niño. ¿No tienes escondido por ahí alguno que pueda comer como pan? La mujer le contestó que el olor era del niño que se había comido la noche anterior porque no había tenido tiempo de limpiar el horno. Después de comer, el ogro se tiró a dormir y Jack aprovechó para salir. Despacio y de puntillas se acercó a la puerta, pero no salió enseguida, porque vio que en la sala el ogro tenía muchos tesoros: sacos con monedas de oro, estatuas y jarrones de oro… Entre ellos, a Jack le llamó la atención un ganso que ponía huevos de oro y una pequeña arpa, también de oro, que se tocaba sola. Antes de irse decidió llevarse una bolsa llena de monedas, para darle a su madre una recompensa por no haber vendido la vaca. Llegó hasta la planta y bajo, bajó y bajó. Por suerte, volvió al jardín de su casa. Allí lo esperaba su madre muy preocupada. Jack le contó su aventura en el país de los gigantes y le dio la bolsa. Con ese oro vivieron bien por un tiempo hasta que volvió a faltarles el alimento. Jack decidió entonces visitar al ogro en su casa de las nubes. Esta vez se llevaría el ganso de oro. Jack subió y subió y subió por el tallo de habichuelas hasta llegar al país de los gigantes. El muchacho se dirigió al castillo del ogro. Cuando llegó, se encontró en la puerta a una mujer que le dijo —Mejor es que te marches, muchacho, sabes que a mi esposo le gusta comer niños en el desayuno. Jack, de manera muy amable, le preguntó si podía comer algo antes de volver a bajar por la gigantesca planta. La mujer se volvió a enternecer por los modales del joven y lo dejó pasar, le dio de tomar leche de cabra y un pedazo de pan. Cuando Jack estaba disfrutando de la comida sintieron un fuerte temblor: ¡Pum, pum, pum! Jack dejó de comer y se escondió en el horno. Cuando llegó el ogro, le pidió a su mujer la comida del día y se sentó a devorarla. Pero antes de probar bocado, se detuvo y comenzó a oler el aire y a resoplar: –Fa… Fe… Fi… Fo… Fuuu, huelo a carne de niño. ¿No tienes escondido por ahí alguno que me pueda comer? La mujer le contestó que el olor era del niño que se había comido la noche anterior porque no había tenido tiempo de limpiar el horno. Después de comer, el ogro se fue a dormir y Jack aprovechó para salir. Despacio se acercó a la sala de los tesoros, quería llevarse el ganso de los huevos de oro. Lo tomó y salió rápido hacia su casa. Bajó, bajó y bajó hasta llegar a su jardín, allí lo esperaba su madre que se sorprendió del maravilloso ganso. —Con sus huevos no tendremos más necesidades —le dijo a su madre. Pero Jack no estaba tranquilo, quería volver al país de los gigantes para llevarse el arpa mágica. Se encaminó nuevamente al castillo del ogro. Otra vez estaba allí la mujer del ogro parada en la puerta, y le dijo: —Mejor que te marches, muchacho, como bien sabes, a mi esposo le gusta comer niños en el desayuno y ahora mismo va a venir. Jack, muy amable como siempre, le preguntó si podía comer algo antes de volver a bajar por la gigantesca planta. La mujer, que no dejaba de enternecerse por la forma de ser del joven, lo dejó pasar. Le dio de tomar leche de cabra y un pedazo de pan. Cuando Jack estaba disfrutando de la comida sintieron un fuerte temblor: ¡Pum, pum, pum! Jack dejó de comer y se escondió, por tercera vez, en el horno. Cuando llegó, el ogro le pidió a su mujer la comida del día y se sentó a devorarla. Pero antes de probar bocado se detuvo y comenzó a oler el aire y a resoplar: —Fa… Fe… Fi… Fo… Fuuu, huelo a carne de niño. ¿No tienes escondido por ahí alguno que me pueda comer? —Es el olor del niño que cociné la otra noche. No he tenido tiempo de limpiar el horno —le contestó la mujer que no sabía inventar otra excusa a su marido Después de comer, el ogro le pidió a su mujer que le trajera su arpa. Cuando tuvo cerca el instrumento le ordenó: “¡Canta!”. El arpa comenzó a hacer sonar sus cuerdas y el ogro se quedó durmiendo con la música. En ese momento, Jack aprovechó para coger el arpa e irse. Pero el arpa comenzó a sonar llamando a su amo, pues no quería ser robada por un extraño hombrecillo y comenzó a gritar con voz muy fuerte: —¡Eh, señor amo, despierte usted, que me roban! Se despertó sobresaltado el ogro mientras seguían oyéndose los gritos acusadores: —¡Señor amo, que me roban! En ese momento, Jack empezó a correr. Como al ogro le costó trabajo entender lo que sucedía, le dio alguna ventaja al joven en la carrera. Jack bajó, bajó y bajó, pero de pronto la planta de habichuelas comenzó a sacudirse terriblemente. Antes de llegar a su jardín, Jack le gritó a su madre que le diera un hacha y se puso a cortar con ella el tallo. El ogro seguía bajando y ya se podía ver, aterrador y enfurecido, descolgándose de entre las nubes. En ese momento, el tallo se partió en dos y la planta se quebró. Grande como era el ogro cayó en la tierra y se hundió mientras dejaba un hoyo inmenso y sin fondo. Nunca más nadie lo volvió a ver. En cuanto a Jack, se divirtió con su nueva arpa y, gracias a los huevos de oro, él y su madre no tuvieron más necesidades.