47 101 Dálmatas
Cuentos Mágicos - Un pódcast de Cuentos Mágicos
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Esta historia sucedió hace mucho tiempo en el corazón de la ciudad de Londres, dónde vivían felices dos preciosos y encantadores dálmatas, Perdita y Pongo, en una casita del centro de la ciudad, con sus amos, Anita y Roger. Roger era pianista, y se pasaba el día sentado al piano componiendo preciosas melodias; a Anita le gustaba mucho escucharle porque era un excelente músico. Anita y Roger tenían a su servicio a una dulce señora, ya mayor, llamada Nani. Aquel día, Nani había limpiado cuidadosamente el sótano Perdita estaba a punto de dar a luz. Pongo y Roger esperaron en el salón, llenos de impaciencia, el gran acontecimiento. Por fin se abrió la puerta del sótano y apareció Nani. -¡Son nueve! -anunció -¡Once! -gritó Anita desde abajo-. -¡No, trece! Poco después, se enteraron del número definitivo: ¡Quince! ¡Quince cachorros! Pongo se sintió orgullosísimo... y completamente feliz. -¿Qué vamos a hacer con tantos? -preguntó Roger, al verlos. -¡Quedarnos con ellos, naturalmente -respondió Nani, meciendo a los tiernos cachorritos. Precisamente esa noche, la malvada Cruella de Vil fue a visitar a Anita, su antigua amiga del colegio. Cuando vio los cachorros, quiso comprarlos todos. -Os pagaré lo que me pidáis -dijo -No están en venta -respondió Roger señalando la puerta. Pongo empezó a gruñir y a enseñarle los dientes. Entonces Cruella, furiosa, se fue dando un portazo. -¡Quiero esos cachorros! -murmuró Cruella al salir-. ¡Y los tendré! Entonces se dirigió a casa de sus esbirros, Horacio y Gaspar, y les expuso su malvado plan. -Esperaremos a que les salgan las malditas manchas en la piel -les dijo-. Y entonces, aprovechando el paseo nocturno de Pongo y Perdita con sus amos, actuaremos. Aquella noche, como siempre, Roger y Anita fueron a dar un paseo por el parque, después de dejar a los cachorros dormidos y al cuidado de Nani. En cuanto Horacio y Gaspar les vieron alejarse entraron en la casa, encerraron a Nani y metieron en un saco a los perritos. Cuando regresaron Roger llamó a la policía, los cachorros habían desaparecido. Pero Pongo y Perdita pensaron que la "llamada del crepúsculo", el teléfono perruno, sería de mayor ayuda. -¡GUAU! ¡GUAUUUU! -ladró Pongo, con todas sus fuerza. Sus mensaje acabó siendo escuchado por un gran danés, que vivía en las afueras, y se encargó de pasarlo de esta manera a otros perros, y así llegó a todos los rincones del país. -¡QUINCE CACHORROS DÁLMATAS DESAPARECIDOS! Por fin la noticia llegó hasta el Coronel de la granja junto a la mansión de Vil. -Quizás estén allí -dijo el gato Tibbs. -¿Dónde? -preguntó el Coronel. -Esta noche he oído ruido en la mansión. Me dio la impresión de que había muchos cachorros, porque no paraban de ladrar. -Vamos a echar un vistazo! -ordenó el Coronel. -¡Por mis bigotes! -exclamó asombrado a asomarse por la ventana -¡Son muchísimos! ¡Tendremos que comunicarlo a Londres rápidamente. Pongo llevaba toda la noche junto a la ventana. -Escucha...¡GUAU, GUAU, GUAU! Los han encontrado en una antigua casa de campo -dijo a Perdita. Los dos perros se pusieron en marcha y corrieron hasta que por fin llegaron a la granja del Coronel y sus compañeros. Allí les pusieron al corriente de lo que habían visto. Cuando llegaron a la casa, los esbirros de Cruella estaban viendo la televisión. Aún no había llegado el terrible momento: tenían que matar a los cachorros. -Son muchos... -dijo Perdita, contando los perritos-. 1,2,3,4..., 65...,98... ¡Pongo, son 99! -No te preocupes -murmuró Pongo- nos llevaremos a todos. Y sigilosamente por un agujero fueron saliendo uno a uno sin que Horacio y Gaspar se dieran cuenta. Pero al acabar el programa de TV que estaban viendo comenzaron a buscar por todos los rincones. -¡Allí están! -gritó Cruella que llegaba en ese momento. -Se dirigen a la vieja granja Los perritos asustados echaron a correr mientras el gato y el caballo amigos del Coronel les daban su merecido. -Tenemos que buscar un lugar donde refugiarnos -dijo Perdita en voz baja-. Los cachorros no resistirán mucho tiempo. Tienen hambre, frío y están muy cansados. -Venid a mi granja -les dijo un elegante collie, saliendo a su encuentro-. Pasaréis la noche en el establo con las vacas, ellas darán leche a los cachorros Después de llenar el estómago, los cachorros agotados, se quedaron dormidos sobre la suave y perfumada paja. Mientras el collie comunicó su plan a Pongo y Perdita. -Mañana iréis al pueblo. Los amos de mi amigo tienen un almacén y ante la puerta estará aparcado un camión de mudanzas. Os meteréis en él y os llevará a vuestra casa. -Pero los esbirros de Cruella nos perseguirán -dijo Perdita -Todo irá bien -respondió Pongo para tranquilizarla. Al día siguiente se dirigieron al almacén pero a pesar de los esfuerzos de Pongo por borrar sus huellas de la nieve, sus enemigos las encontraron. ¡Cruella y sus hombres sabían la dirección que habían tomado! Cuando los perros se disponían a subir al camión, vieron llegar el coche de Cruella. -¡Rápido! -dijo el labrador-, escondeos en el sótano. A través de la ventan, Pongo, Perdita y el labrador vieron cómo Cruella, furiosa, bajaba del coche: -¡Sois unos ineptos! - gritaba Los cachorros ajenos al peligro se pusieron a jugar con el carbón. -¡Oh, no! -les dijo Perdita -¡No te preocupes! -dijo Pongo, revolcándose él también. -Se me ha ocurrido una idea. -Ya lo entiendo -dijo el labrador-, ahora podréis pasar por perros labradores y escapar. Y así fueron saliendo del almacén y subiendo al camión ante los ojos de Cruella y sus esbirros. Pero de repente, a uno de los cachorros le cayó un copo de nieve, se le quitó el hollín y volvió a ser ¡un dálmata! -¡Ahí están! -gritó Cruella. Pero el camión ya había arrancado dirección Londres con los perritos. Cruella furiosa siguió al vehículo, pero resbaló en una curva y el coche quedó destrozado en la cuneta. Mientras en casa, Anita estaba decorando el árbol de Navidad y Roger la miraba triste en su butaca. -No puedo creer que Pongo y Perdita nos hayan abandonado -dijo Roger -¡GUAU, GUAU! -¡Son ellos! -grito Anita -¡son ellos Roger! -Mira, ¡hay noventa y nueve cachorros! -No importa -dijo Roger, completamente feliz-. ¡Nos quedamos con todos! Y como esta casa es muy pequeña, ¡compraremos otra más grande en el campo!