Auge y caída de La Ibense, la heladería más antigua de España

Historias de la economía - Un pódcast de elEconomista - Lunes

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Hay heladeros de Ibi, Alicante, por toda España. Quiso la casualidad que, a mediados del siglo XIX, un grupo de habitantes de este pequeño pueblo, que estaban en Madrid buscándose la vida, conocieran a un italiano que sabía hacer helados, y que les trasladó sus conocimientos.Ese aprendizaje adquirido se une a la tradición nevera del pueblo. Aprovechando la altura, en sus alrededores había numerosos pozos de nieve, depósitos circulares construidos en las laderas de las montañas, donde se aplastaba nieve para fabricar una especie de hielo que vendían por la provincia. Muchos vecinos, en condiciones económicas complicadas, apuestan por lanzarse a la fabricación de helados, aprovechando estos dos factores. Cada verano, se iban a vender esos helados, primero a ciudades cercanas, y después por toda España e incluso por el extranjero. La industria se desarrolló a gran velocidad a finales del siglo XIX.Uno de los vecinos que apostó por esta actividad fue Carlos Bornay, un auténtico emprendedor que en 1892 lanza su empresa, La Ibense Bornay. Una fecha que la convierte, hasta ahora, en la heladería más antigua de España. En busca de nuevos territorios en los que vender su producto, empieza a ir cada verano a Sanlúcar de Barrameda, en Cádiz, donde en verano se reunía la flor y nata del país para pasar sus vacaciones estivales.Él y su mujer se desplazaban cada verano a la ciudad costera, donde vendían helado mantecado, una mezcla de mucha leche y vainilla, directamente en la playa. Hasta que con los primeros ingresos se hicieron con un carro para vender por las calles, mucho más cómodo que la arena. Hasta que al final de cada verano volvían a casa, hasta la siguiente temporada.Es el hijo de ambos, José, el que decide, a principios del siglo XX, dar un paso más. Con su mujer, Josefa Picó, decide instalarse de forma permanente en Sanlúcar. Adquieren un pequeño obrador, con una confitería, que les permitía librarse de la estacionalidad de helado, que vendían en verano, mientras que el resto del año lo que comercializaban era pasteles y cafés.Durante décadas, La Ibense Bornay se mantiene con este negocio, que sufrió una gran evolución gracias a avances tecnológicos como las nuevas heladeras o el desarrollo de la electricidad, que facilitaba la congelación.Hasta que en 1965 la empresa da un nuevo salto, al introducirse en la fabricación industrial, ya de la mano de la tercera generación, con el nieto del fundador. Sin embargo, desde la marca han insistido siempre en que ese salto no supuso el abandono de su característico toque artesanal.Viajaban al extranjero con relativa frecuencia, acudiendo a ferias sectoriales, o para conocer cómo trabajaban en fábricas de otros países. Una actividad poco usual en España por aquel entonces, pero que les permitió hacer sus primeros contactos en el extranjero para empezar a exportar, ya desde los 70. Esta apuesta por el exterior se consolidó con la compra, a principios de los 80, de una planta de 12.000 metros cuadrados en la propia Sanlúcar de Barrameda. Pero con los 90 llegan las primeras crisis. Una de las mayores, en 1992. La Ibense Bornay paga un importante aval para convertirse en el proveedor oficial de la Expo de Sevilla, con el helado de Currito por bandera. Tenían dos cafeterías, 25 carros de helados y 25 kioskos para explotar en exclusiva, con sus helados y granizados.La compañía se puso a producir grandes volúmenes, para poder atender la potencial demanda con la que esperaban contar en el gran evento. Pero la realidad es que no se respetó lo acordado, y los establecimientos de la Expo vendían los helados que les daba la gana, sin respetar el acuerdo de exclusividad.Fueron a juicio, y ganaron, recuperando el importante aval que habían adelantado. Sin embargo, no recibieron ningún tipo de indemnización adicional, así que la enorme inversión que llevaron a cabo previamente se...

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