Baldomera Larra, la inventora de la estafa piramidal
Historias de la economía - Un pódcast de elEconomista - Lunes
En el tumultuoso siglo XIX español, marcado por una agitada vida política y social, surgió una figura singular: Baldomera Larra, hija del renombrado escritor Mariano José de Larra. Sin embargo, la notoriedad de Baldomera no provino de su apellido ilustre, sino de su talento para el engaño y la estafa. Esta intrigante mujer, cuyo nombre resonó en los círculos más selectos de la sociedad de la época, supo utilizar su posición y astucia para estafar a las personalidades más prominentes de su tiempo, grabando su nombre como una de las estafadoras más notorias de la historia.Baldomera Larra Wetoret, tercera hija del matrimonio formado por el escritor romántico y Josefa Wetoret, tenía cuatro años cuando su padre se pegó un tiro en la cabeza, frente al espejo. El desgraciado suceso no impidió que llegara a casarse con Carlos de Montemayor, médico de la Casa Real de Amadeo de Saboya. Sin embargo, pasó de disfrutar una vida acomodada a encontrarse en una delicada situación económica, cuando fue abandonada por su marido: Amadeo de Saboya regresó a Italia, y cuando Alfonso XII ascendió al trono, el médico, muy marcado políticamente, decidió huir, yéndose a Cuba.Baldomera, que prefirió quedarse en Madrid, sola, y a cargo de sus tres hijos, tuvo que agudizar el ingenio para salir adelante.No le quedó más remedio que empezar a pedir dinero prestado a fiadores y prestamistas, de los que acabó aprendiendo el negocio. Con el conocimiento acumulado, en la primavera de 1876, y movida por la necesidad, funda la Caja de Imposiciones, un banco fantasma que, tras pasar por varias ubicaciones, acabó instalándose en el desaparecido Teatro España, en la plaza de la Paja. Conocida como la madre de los pobres, o La Patillas, por su peinado, la noticia de que la hija de Larra multiplicaba los reales corrió de boca en boca y sus clientes, en su mayoría pequeños ahorradores, llegados incluso desde los pueblos cercanos a la capital, acudieron al reclamo de la entidad, que ofrecía pingües réditos de un real por cada duro depositado. Pero, en realidad, lo que había implantado era un método de inversión que más tarde sería el origen de los esquemas de Ponzi.Baldomera no se escondía, era una mujer amable y simpática, con una actividad conocida por todo el mundo. Llegó a ofrecer intereses de hasta el 30% mensual por cada duro invertido, sin más garantía que un papel donde apuntaba el nombre del inversor y la cantidad depositada. Para hacer frente a los pagos, recurría al dinero que le daban los nuevos inversores. Eran tasas tan altas que la fama llegó incluso a traspasar fronteras.Se cree que llegó a captar unos 22 millones de reales, una cifra que es difícil traer a nuestros días, pero que podría equivaler a unos 14 millones de euros actuales. Como siempre en estos casos, es difícil saber el número real de afectados, pero hay diferentes fuentes que lo cifran entre 5.000 y 50.000 personas.Ante las insistentes preguntas del secreto de su negocio, porque la gente tenía dudas, Baldomera respondía siempre que era tan simple como el huevo de Colón. Y cuando las cuestiones hacían referencia a las garantías en caso de quiebre, iba aún más lejos, asegurando que su única garantía, era el viaducto. Sí, el suicidio.Este negocio, que hoy conocemos como estafa piramidal, se vio favorecido entonces por la nueva legislación. De hecho, desde mediados de siglo, este tipo de actividades económicas empezaron a ser cada día más populares.No dura mucho el negocio, pues la burbuja estalla en diciembre de 1876, cuando al propia Baldomera Larra se da cuenta de que no va a poder seguir haciendo frente a los pagos como estaba haciendo hasta entonces, y cuando empiezan a circular rumores sobre la falta de solvencia de la prestamista. La literatura que ha quedado de la época señala que un carbonero se presentó en su casa reclamándole sus ahorros y Baldomera le pagó de inmediato. Pero el...