Del Big 5 al Big 4: la caída de Arthur Andersen
Historias de la economía - Un pódcast de elEconomista - Lunes
El sector de la auditoría y la consultoría vivió en 2021 un año excepcional. Fue uno de esos negocios que no solo no se vio afectado por la pandemia, sino que incluso se benefició por la crisis provocada por el coronavirus: muchas empresas se vieron obligadas a pivotar, a transformar sus modelos de negocio, para lo que necesitaron a asesores profesionales que les ayudasen en esta remodelación.El auge de este sector se ve muy claro si observamos los resultados de las conocidas como 'Big Four', las cuatro grandes firmas de este campo a nivel global. Hablamos de Deloitte, PwC, EY y KPMG. Estos cuatro gigantes facturaron unos 150.000 millones de euros a nivel global en 2021, el mejor dato desde 2002.Y no es una fecha cualquiera para este negocio, porque ese año, el 2002, es el año en el que el 'Big Five' se convirtió en el actual 'Big Four'. Ese fue el momento en el que cayó Arthur Andersen, la otra gran auditora global, arrastrada por su papel en el escándalo de Enron, el mayor fraude de la historia, y cuyas cuentas controlaba.Arthur Andersen nació en mayo de 1885 en Illinois, hijo de un noruego y una danesa que habían emigrado a Estados Unidos. Quedó huérfano a la edad de 16 años, por lo que tuvo que empezar a trabajar como cartero mientras acudía a la escuela nocturna. Con gran esfuerzo, logró licenciarse en administración y negocios, y con tan solo 23 años se convirtió en el contable más joven de Illinois.En 1913 se alía con su socio Clarence DeLany, y fundan en Chicago la consultora Andersen, DeLany & Co. Su primer cliente fue la cervecera Schlitz, que llegó a ser la más grande de Estados Unidos. Poco después abre en Milwaukee su segunda sede, y cambia el nombre a Arthur Andersen & Co, tras la renuncia de su socio.Andersen, que dirigió la firma hasta su muerte en 1947, trató de aplicar sus férreos principios a la firma. Creía en la educación como la base sobre la que debería desarrollarse la contabilidad moderna. Creó el primer programa de formación de la profesión, y apostaba porque los trabajadores siguieran formándose en horario laboral.También fue un gran defensor de la aplicación de altos estándares de honestidad y ética en el negocio. Y trataba de transmitirle esos valores a sus trabajadores. Cuenta la leyenda que una empresa ferroviaria, importante cliente de la firma, fue a Andersen para que firmase sus cuentas, bastante defectuosas. Andersen se negó asegurando que "no había suficiente dinero en la ciudad de Chicago para obligarle a hacerlo". La empresa de ferrocarriles despidió a Andersen para acabar quebrando poco después.El fundador fallece en 1947, y la firma queda al borde del colapso. Ahí emerge la figura de Leonard Spacek, que le sustituye en el cargo, a pesar de tener tan solo 39 años, aunque llevaba 20 en la compañía. Antiguo estudiante de la Universidad de Chicago, y totalmente alineado con los valores de su predecesor, apostaba por la transparencia y por mantener distancia con las empresas que auditaban.Spacek siempre defendió que Arthur Andersen debía ofrecer servicios de alta calidad, siguiendo el lema corporativo: "Piensa con claridad, habla con claridad". Estuvo en el cargo hasta 1973, y su mandato estuvo marcado por la apuesta por la internacionalización de la compañía. Abrió oficinas en 25 países, la plantilla aumentó hasta los 12.000 empleados, y la facturación pasó de 6,5 millones a 51 millones.Ya consolidada como una de las grandes firmas, en los 70 empieza a involucrarse cada vez más en la pata de la consultoría, cuyos beneficios eran muy superiores. Tanto, que en la década de los 80 se convierte en la compañía más grande del sector, con la rama de la consultoría aportando el 40% de los beneficios. Todo ello, mientras que los servicios de auditoría sumaban numerosos escándalos por denuncias de accionistas que les acusaban de no haber prestado la suficiente atención a las cuentas de...