El estafador que le robó 24 millones a McDonald's con el Monopoly
Historias de la economía - Un pódcast de elEconomista - Lunes
La cadena de hamburgueserías McDonald's se ha apoyado en varias patas para convertirse en una de las empresas más importantes del mundo. Por un lado, cuenta con un sistema operativo eficaz y fácil de escalar, que asegura la misma calidad en cualquier parte del mundo. También ha sido capaz de contar con un menú diversificado, que gusta a todos los consumidores; e innovador, para adaptarse a las nuevas tendencias que surgen. Y siempre pone al cliente en el centro a la hora de tomar decisiones.Pero no se puede desmerecer tampoco la importancia del marketing, clave para impulsar el reconocimiento de marca, atraer clientes, diferenciarse de la abundante competencia o facilitar la imparable expansión de la compañía. Es una parte integral de la estrategia de McDonald's y contribuye significativamente a su éxito.En esta carrera infinita por lanzar grandes campañas de marketing, a mediados de los 80 buscan una nueva palanca que les permita impulsar las ventas. Para ello, contrataron en 1985 a Simon Marketing, la agencia que había desarrollado el exitoso menú infantil Happy Meal. En 1987 anuncian la nueva campaña: un concurso inspirado en el Monopoly.En esta versión del juego, los clientes tenían que reunir pegatinas que equivalían a las tarjetas de propiedad del juego original. Podían encontrarse en las cajas y envoltorios de las hamburguesas y las patatas, en los vasos de las bebidas, en algunas publicidades de la compañía... Había que reunir todas las piezas del mismo color para aspirar a los diferentes premios. Los más sencillos y fáciles de conseguir consistían en comidas o bebidas gratis.Había otros de más valor, como videojuegos o entradas para espectáculos. Pero los premios más importantes, que además eran los más complicados de conseguir, con probabilidades de ganarlos tan bajas como la lotería, incluían cruceros de lujo, coches deportivos, casas o, el botín más deseado: un millón de dólares.La campaña fue todo un éxito en Estados Unidos, donde las ventas durante el periodo en el que estuvo vigente se dispararon. Tanto, que McDonald's la mantuvo en vigor durante casi 20 años, y la ha replicado en multitud de países.Hasta aquí, todo era perfecto. ¿Dónde está el problema? En Estados Unidos, la ley prohibía que una empresa gestione sus sorteos, irónicamente, para evitar fraudes. McDonald's, por tanto, delegó esta tarea en Simon Worldwide, de Simon Marketing (los desarrolladores de la idea). Esta, a su vez, contrató a Dittler Brothers, una imprenta especializada en este tipo de actividades, con estrictos protocolos de seguridad, para garantizar el proceso.Las tarjetas ganadoras, tras ser impresas, se introducían en un sobre con un precinto de seguridad, y se transportaba con un maletín que requería dos claves: una del jefe de seguridad de Simon Marketing, y otra del jefe de Dittler Brothers. El proceso era, aparentemente, inalterable.El responsable de seguridad de esta última era Jerome Jacobson, un policía frustrado, que tuvo que dejar el cuerpo por una lesión en la muñeca. Le enchufó en Dittler su exmujer, a principios de los 80, y ascendió rápidamente, hasta convertirse en el supervisor de la campaña de McDonald's.Tenía fama de honrado, y de ser profundamente obsesivo con su trabajo. Revisaba el calzado de los trabajadores si era necesario para comprobar que no robaban tarjetas de la promoción. No permitía que nadie fuera al baño sin acompañante. Cortaba personalmente las piezas con los premios de más valor. Y llegó a inventar un chaleco secreto, con el que repartía, personalmente, los premios por todo el país.Lo que pasa es que los 80, en Estados Unidos, fueron una década de ambición y avaricia. De hecho, el éxito de la campaña de McDonald's radicaba en las ganas que tenía la gente de hacerse rica. Y esa codicia también acabó afectando a Jacobsen.Por error, por casualidad o como lo queramos...