Fredecir Tudor, el rey del hielo

Historias de la economía - Un pódcast de elEconomista - Lunes

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Gente que se ha hecho rica a lo largo de la historia hay mucha. Empresarios, inversores, inventores, sus herederos, etc. Pero gente que se haya hecho millonaria creando un modelo de negocio que no existía... eso ya es más excepcional. Es lo que hizo hace más de 200 años Frederic Tudor, un empresario estadounidense que fue conocido como el Rey de Hielo.Había nacido en Boston, en 1783, en una familia acomodada, hijo de un importante abogado de la ciudad, y hermano de un literato de referencia. Desde los 13 años empezó a introducirse en el mundo de los negocios, y hasta llegó a rechazar estudiar en la prestigiosa Harvard.Cuenta la leyenda que cuando tenía 23 años, y estaba de visita con un amigo al Caribe, se le encendió la bombilla. En Boston el hielo no era un negocio, porque era abundante y era fácil de conservar. ¡Pero en el Caribe no había! No se le podía echar a las bebidas, no se podía conservar la comida igual, tratar a los pacientes con fiebres... Y aunque puede sonar a locura, decidió hacer algo que no había hecho nadie antes: transportar hielo hasta allí, hasta las calurosas costas caribeñas.Volvió a casa, y se puso a desarrollar la idea. Y no fue fácil, porque nadie le quería alquilar un barco ni facilitarle el hielo. Así que se vio obligado a comprar su propio bergantín, el Favorite, y sacar el hielo de un estanque propiedad de su familia. A quien le contaba su plan se reía y se burlaba de él. Les parecía que la idea era una broma. Lo tomaron por un loco.Y ese primer viaje, a Martinica, no ayudó a despejar las dudas. Partió del norte de Estados Unidos con 130 toneladas de hielo, envuelto en heno, para preservarlo durante un viaje de tres semanas. Y la verdad es que la mayoría llegó a su destino. El problema es que, al no tener dónde almacenarlo, en Martinica se derritió rápidamente. Perdió más de 4.000 dólares de la época.Ese primer tropiezo no le desanimó, así que siguió intentándolo, esta vez a La Habana. Llevó 240 toneladas, pero siguió sin lograr beneficios. Por si tuviera pocas dificultades la guerra supuso una amenaza para el transporte naval, que puso aún más contra las cuerdas su proyecto. Pero Tudor no dejaba de experimentar, de innovar y de introducir mejoras.Con grandes habilidades para negociar con los gobernantes, logró construir recintos en los puertos de destino, que permitiesen la conservación del hielo. Descubrió que el serrín era mejor aislante que el heno para mantener la carga. Logró el monopolio de las rutas con La Habana y Jamaica. Y cosechó grandes éxitos con rutas similares a destinos del sur de Estados Unidos.También se destapó como un gran experto en marketing, y supo crear una necesidad que no existía. Llegaba a destinos muy calurosos, en los que, por ejemplo, no se enfriaban las bebidas. Era casi como un sabor nuevo. Como ha pasado tantas veces a lo largo de la historia, cosechó grandes éxitos regalando las primeras muestras, esperando que convenciese tanto a la clientela que luego fueran a buscarle para convertirse en su proveedor.Otro truco era el de invitar a comer o a cenar a gente distinguida del lugar, a los influencers de la época, y ofrecerles bebidas con hielo. Pese a sus reticencias iniciales, ante un producto que no había probado nunca, cuando daban el paso, les gustaba y lo convertían en hábito, se convertían en prescriptores del nuevo producto.También fue clave su alianza con Nathaniel Wyeth, que inventó el cortador de hielo tirado por caballos. Hasta entonces, el hielo lo sacaban trabajadores con picos, cinceles y sierras, un sistema bastante laborioso. El nuevo método, que era como una especie de arado para hielo, permitía sacar bloques cuadrados, de unos 60 centímetros de longitud, que facilitaba su almacenaje, su transporte, y además tenía un aspecto más atractivo para los potenciales compradores. Fue un desarrollo clave para la fabricación en masa. Tudor...

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